Llama de Amor del Inmaculado Corazón de María: Mis Luchas Espirituales – Noche Oscuraby Fátima Maldonado |
Tomado del Libro: Diario Espiritual Llama de Amor del Inmaculado Corazón de María (1961-1981) (Con Aprobación Eclesiástica)
De: Isabel Kindelmann – Budapest, Hungría
De: Isabel Kindelmann – Budapest, Hungría
INTRODUCCIÓN
Este
Diario fue escrito por una mujer humilde llamada Isabel de Kindelmann,
que vivió en Hungría de 1913 a 1985. Es sabido que la Iglesia Católica
en ese país vivía bajo un régimen de persecución durante muchos años.
El
Diario logró llegar al Occidente a manos de una religiosa húngara,
llamada Sor Ana Roth, que al conocer el Mensaje apremiante de la
Santísima Virgen, que es el principal contenido de este Diario, publicó
los textos más importantes en folletos de 16 y luego de 60 páginas, que
fueron traducidos a muchos idiomas, alcanzando gran difusión.
El
Diario íntegro fue editado en húngaro en 1985, en Alemania. Mi deseo es
que el Mensaje de la Santísima Virgen llegue cuanto antes a manos de
muchos fieles de habla hispana.
LA AUTORA DEL DIARIO, ISABEL KINDELMANN
La
señora Isabel, nació en Budapest, siendo la decimotercera de una
familia humilde. A los once años se quedó completamente huérfana. La
dureza de la vida maduró su personalidad. Pudo estudiar únicamente hasta
el cuarto año de primaria, pero aún esto estaba dentro de los planes de
Dios, para que nos convenciéramos que no es ella quien nos habla, sino
Dios mismo por medio de su “Instrumento Humano”. Tres veces llamó a las
puertas de los conventos para hacerse religiosa... pero en vano lo
intentó. En 1930 se casó con un honesto artesano, con quien vivió 16
años en armoniosa vida matrimonial. En 1946 se quedó viuda con 6 hijos
menores de edad. La lucha por mantener a su familia se hizo
tremendamente dura, sobre humana.
En
una semana trabajaba de seis hasta las catorce horas, y en la
siguiente, de las catorce a las veintidós horas. Trabajaba a veces doble
jornada, (una vez en una fundición de hierro). Solamente así pudo
mantener a su familia y educar a sus hijos. Su misión providencial
comenzó en el año de 1961; de aquí en adelante ya podemos conocer su
vida espiritual, gracias al Diario escrito a mano en 423 páginas por la
señora Isabel.
CONTENIDO DEL DIARIO
Comienza
con la descripción de una terrible “noche oscura”. Por medio de la
Santísima Virgen, regresa la luz divina y comienza a oír la Voz de
Nuestro Señor Jesucristo y de María Santísima, en forma de locuciones
interiores; sus palabras las percibía claramente en su alma.
El
Diario no solamente contiene pensamientos espirituales elevados, sino
un mensaje de gran trascendencia, más aun, UNA INICIATIVA DE GRACIA de
parte de la Santísima Virgen, de inmensa importancia que, tal vez, se
podría resumir así: Satanás intensifica al máximo sus esfuerzos por
perder a las almas.
Frente
a él, su eterna enemiga, María Santísima. Sabemos que “donde abundó el
pecado, sobre abundó la gracia” (Rom. 5,20). Ella alcanzó del Padre
Celestial, por los Méritos de la Pasión de Su Hijo Santísimo, una
efusión de gracias tan grande, como no lo ha habido desde que el Verbo
de Dios se hizo carne. (Son palabras de Nuestra Madre Santísima). Ella
va a cegar a Satanás con la Llama de Luz y Gracia que brota de Su
Inmaculado Corazón. Esta Llama debe encender todos los corazones, hasta
los de aquellos que no pertenecen a la Iglesia Católica. Nos dice qué
tenemos que hacer para colaborar con Ella en esta obra. La Santísima
Virgen María llora, suplica, ruega, nos pide oraciones, sacrificios,
Horas Santas en familia, ayunos, para ayudarla en esta lucha contra el
mal.
Alguien
podría preguntar: En esta obra, ¿qué hay de novedad? ¿Añade algo a lo
que la Iglesia cree o hace para venerar a la Santísima Virgen?
Responderíamos que estos escritos ponen ante nuestros ojos a María
Santísima como Ella siente y actúa en la obra presente de nuestra
historia. —Esa maternidad espiritual inmensa, esa preocupación increíble
por la salvación de las almas de Sus hijos. Oigamos Sus palabras:
“Toma
esta Llama, es la Llama de Amor de Mi Corazón. ¡Enciende con ella el
tuyo y pásala a otros!” “Con esta Llama llena de Gracia que de Mi
Corazón les doy a ustedes, enciendan todos los corazones en todo el
país, pasándola de corazón a corazón. Éste será el milagro que
convirtiéndose en un incendio, con su fulgor cegará a satanás. Éste es
el Fuego de Amor que alcancé del Padre Celestial por los Méritos de las
Llagas de Mi Hijo Santísimo.” (13 de abril de 1962).
Gracias
a Dios, los folletos de la LLAMA DE AMOR tuvieron una acogida
maravillosa en la república mexicana; país que tanto ama la Santísima
Virgen y donde tanto es amada. Señal segura de su predilección hacia ese
pueblo.
Esperamos que el amor hacia ELLA vaya creciendo más y más con la lectura y meditación de este DIARIO ESPIRITUAL.
Quisiera
comunicarte, querido lector(a), que el DIARIO que tienes en tus manos
mereció la aprobación del Gobierno Eclesiástico de la Arquidiócesis de
Guayaquil, Ecuador. También tienes el juicio favorable de mi orden, la
Compañía de Jesús. Tengo el gusto de transcribirlo a continuación:
1º- La materia de que se trata es útil.
2º- Supera la calidad media de muchas autobiografías y testimonios.
3º- Concuerda con la doctrina de fe y costumbres, tal como es propuesta por el Magisterio Eclesiástico, por los autores espirituales y por el sentir del pueblo.
4º- No contiene nada que pudiera ser motivo fundado de ofensa contra nadie. La obra, por tanto, parece ser digna de ser publicada.
2º- Supera la calidad media de muchas autobiografías y testimonios.
3º- Concuerda con la doctrina de fe y costumbres, tal como es propuesta por el Magisterio Eclesiástico, por los autores espirituales y por el sentir del pueblo.
4º- No contiene nada que pudiera ser motivo fundado de ofensa contra nadie. La obra, por tanto, parece ser digna de ser publicada.
Mientras
tanto se buscaban en la República Mexicana otras aprobaciones de
diferentes obispos (ya que en ese país es en donde se edita en
castellano) y así llegaron cartas de felicitación, animando para la
difusión y dando la bendición para propagar la auténtica Devoción a
María Santísima, tanto del Arzobispo de Acapulco, como del de Celaya, de
León, de Atlacomulco, Guadalajara, Durango, Aguascalientes, Hermosillo,
Tuxtla Gutiérrez, Ciudad de México (no llegaron de más lugares porque
no fue enviado el folleto a todos los señores obispos). Como dato
curioso, mencionaremos que el mismo día daba su aprobación tanto Mons.
Gabriel Díaz Cueva, en Guayaquil, Ecuador, como Mons. Victorino Álvarez
Tena, en México, obispo de Celaya. El arzobispo de México, Mons. Ernesto
Corripio Ahumada, nos dio la autorización de palabra, bendiciendo la
obra, posteriormente por escrito.
Ahora
ya te dejo, querido lector(a), con el DIARIO ESPIRITUAL en tus manos y
los mejores deseos de que llene tu corazón de amor para nuestra Madre
bendita y con el afán de dar respuesta a ELLA de sus apremiantes
súplicas.
Guayaquil, Ecuador, 15 de junio de 1989.
El traductor:
P. Gabriel Rona S.J.
MIS LUCHAS ESPIRITUALES - NOCHE OSCURA
El
camino del Señor, por el que Él nos conduce, no se interrumpe jamás;
somos nosotros los que nos desviamos de él. Yo también me desvié. Las
muchas preocupaciones, el trabajo agotador, unidos al estado de viudez,
acabaron con mi recogimiento espiritual y poco a poco me iban apartando
de Dios. El continuo trabajo por sobrevivir ocupaba mi alma. Al cabo de
larga lucha, mi vida espiritual se había opacado tanto que hasta la
firmeza de mi fe se encontraba amenazada. Esta continua lucha por la
existencia hacía que me preguntara a mí misma: “Ves, siempre te he
dicho, ¿para qué tener una familia numerosa?” Mientras yo daba vueltas a
estas cosas, todo lo que antes había sido sagrado para mí y daba
sentido a mi vida, me parecía necedad, vacío.
Me
despedían de un lugar de trabajo y tenía que ir a buscar otro en otra
parte. Entonces la miseria se hacía todavía mayor y más fuerte la
tentación. El enemigo malo me molestaba continuamente:
Satanás:
“¿Por qué te estás engañando a ti misma? Tú sabes bien que ya hubieras
abandonado hace tiempo la lucha, sólo que no sabes qué decir a tus
hijos. No sabes cómo decirles todo aquello en que ni tú misma crees ya…
Quítate ya, por fin, la máscara y verás cómo te alivias. Ya descubrirán
tus hijos lo que ahora tratas de ocultarles...”
Entonces
me detuve en seco, y por un momento se presentó ante mí el Rostro de
Dios que ya lo tenía muy borroso. Así se inició una gran lucha en mí.
Imploraba a Dios. Algo indescriptible; no encuentro palabras para
expresar la lucha espiritual que comenzó en mí. La lucha era larga,
espantosa; se me crispaban los nervios.
Iba
todavía a la Santa Misa, pero ¡era para mí tan vacía! Y me cansaba.
Entonces trabajaba en dos turnos al día en la fábrica y aún los domingos
me tocaba trabajar. Mis niños iban a la misa dominical por la mañana,
mientras que yo iba por la noche. Era mejor, porque así no veían mi
falta de recogimiento. Al tiempo de la santa Misa, en lugar de hacer
oración, bostezaba aburrida. Un día decidí no ir más, —no voy más para bostezar— pensaba. Poco a poco me parecía como que hasta mi conciencia se hubiera resignado a ello.
Un
domingo me puse a lavar la ropa de la semana. De mañana envié a mis
hijos a la santa Misa, mientras que yo lavaba todo el día. Llegó la
noche y mis hijos me advirtieron: “Mamá, ¡ya son las cinco y media!” Me
sentía molesta por ello y seguía con mi trabajo. Hasta que uno de mis
hijos, minutos antes de las seis, me dijo: “Por favor, ¡apresúrate!”.
Eso me sacudió, y me fui.
Me
fui pero en ese estado no sabía cómo dirigirme a Dios. Me pasaba
divagando con mi pensamiento: ¡Qué tonta soy! ¿Por qué guardo todavía el
ayuno del Carmelo? ¡Es una pura manía! ... ¡deja ya todo eso! ...
Decidí no privarme más de comer carne siendo mi alimentación de tan mala
calidad. Este ayuno lo he guardado siempre, sin ninguna dificultad,
pero sólo por rutina.
Cuando
regresé a casa, yo misma ignoro cómo cayó en mis manos el pequeño
Salterio de la Santísima Virgen. Lo abrí y me puse a orar. Esta oración
que anteriormente brotaba siempre de mi corazón hacia Dios, ahora me
parecía un murmullo vacío... Tomé en mis manos mi antiguo libro de
meditación, pero en vano me esforzaba: un silencio oscuro, frío y mudo
me rodeaba por todas partes. Rompí a llorar, “Dios ya no quiere saber
más de mí.”
Una
semana en el turno que comenzaba en la madrugada, y en la otra, en el
de la tarde que terminaba muy noche. Experimenté una gran angustia
interior y me sobrevenían tales pensamientos que descubrirlos, serían
blasfemar contra Dios.
En medio de este gran combate el enemigo maligno me hizo oír en mi alma palabras horribles:
Satanás: “Por eso he permitido esto, para que te convenzas que es inútil luchar más.”
La
terrible lucha duró unos tres años hasta que un día mi hija C. me dijo.
“Mami, date prisa, hoy a las dos de la tarde será el entierro del
doctor B.” Ya era la una de la tarde.
Eso
me golpeó en el corazón y, sin pensarlo más, me vestí para no
atrasarme. Cuando entré en sala de velaciones, prorrumpí en llanto.
Pensaba: “Él está ya bien. Él ha sido un verdadero Carmelita, de vida
santa y ejemplar... ¿Pero yo?... ¿Llegaré yo allá?...
“No llores” —era su voz amable y mansa como tan solo las almas bienaventuradas pueden hablar—. “¡Regresa al Carmelo!”
El
día siguiente era domingo, 16 de julio, fiesta de la Reina del Carmelo,
patrona de nuestra iglesia. Llegué temprano de mañana y me quedé hasta
entrada la noche. Con mucha dificultad me levanté para ir a confesarme.
Una sequedad terrible consumía mi alma. No sentía ningún dolor de
corazón. La penitencia la recé tan solo mecánicamente mientras pensaba:
toda esta gente está alabando a la Madre Santísima; pero no me pasó por
la mente el que yo también la estuviera alabando. Sólo seguía pensando
en el hermano B, porque eso proporcionaba un poco de alivio en mi alma.
Fue
él, quien me dio el impulso para ir hacia la Santísima Virgen: “¡Anda y
póstrate delante de Ella!” Así lo hice pero… no encontré la paz.
Ya
era muy de noche cuando llegué a casa. Ahí me sorprendió una sensación
tan rara como si hubiera dejado mi alma golpeada y gastada en el
Carmelo. A pesar de que aquel día no había tomado un solo bocado, con
mucha dificultad me puse a aplacar mi hambre. El maligno se puso de
nuevo junto de mí:
Satanás: “¡Tonta! ¿Para qué te sirve todo esto?" Descansa bien y no des importancia a estas cosas.”
Con
un peso en el corazón, salí al jardín donde en el silencio de la noche,
mis lágrimas comenzaron a brotar abundantemente. Bajo la luz de las
estrellas, delante de la imagen de la Santísima Virgen de Lourdes, que
había en nuestro jardín, empecé a orar con profundo fervor.
A
la mañana siguiente fui de prisa a la pequeña capilla que frecuentaba
en otros tiempos, cuando era yo aún una joven mamá, y donde me había
encontrado tantas veces en la mesa del Señor con el hermano B. Hoy
también era la simpatía que sentía hacia él la que me llevaba allá. En
el camino me encontré con algunas antiguas conocidas quienes se
acordaban de mí como una joven mamá ejemplar. Esto me confundía porque
creía que el maligno ahora quería tentarme de vanidad. Imploraba de
corazón: “¡Madre mía del Cielo, nunca más quiero serte infiel! ¡No me
abandones! ¡Tenme firmemente! ¡Tengo miedo de mí misma! Están tan
inseguros mis pasos.”
Durante
la santa Misa, rogué sin cesar al Señor Jesús: Señor, perdona mis
pecados. No me atrevía a acercarme a la mesa del Señor, aunque la
persona que estaba a mi lado más de una vez me cogió por el brazo:
“¡Vamos ya!”
EL SEÑOR LLAMA A LA PUERTA
En
estos días recibí aquellas gracias extraordinarias que el Señor concede
únicamente a aquellos que son débiles y convalecientes. Una hermana que
estaba arrodillada junto a mí me dijo: “Me arrodillo junto a usted para
ser yo también una santa.” Oh, yo sabía que ella veía y sentía al Señor Jesús dentro de mí.
Luego
andaba continuamente con mis ojos empapados en lágrimas. El amor que
sentía hacia el Señor Jesús, empapaba mis ojos con lágrimas de
arrepentimiento. No quería ver más el mundo, sólo buscaba el silencio
para poder oír continuamente la voz del Señor. Porque a partir de
entonces era Él quien me hablaba… ¡Oh, estas conversaciones íntimas son
tan sencillas...!
HACE TANTO TIEMPO QUE TE ESPERABA
Rogué
me permitiera sumergirme en el mar de sus gracias. Pedía fervorosamente
estas gracias para mis hijitos también, que los atrajera a su cercanía.
Me prometió que si se lo pedía con frecuencia y perseverancia me lo
concedería.
Mientras yo, sumergida en profunda devoción lo adoraba, el demonio me habló así:
Satanás: “¿Crees que Él puede hacer esto? Si Él tuviera poder, lo haría porque eso sería también grato para Él.”
¡Qué tremenda bofetada! Se me oprimió el corazón...
Entonces apareció el Sagrado Rostro del Señor, ante mis ojos espirituales y habló así:
Jesucristo.-
“¡Mira Mi Rostro desfigurado y Mi Sagrado Cuerpo torturado! ¿Acaso no sufrí por salvar las almas? ¡Cree en Mí y adórame!”
“¡Mira Mi Rostro desfigurado y Mi Sagrado Cuerpo torturado! ¿Acaso no sufrí por salvar las almas? ¡Cree en Mí y adórame!”
En
ese momento hice actos de fe, esperanza y caridad, y le supliqué no
permitiera que jamás me separe de Él. Que me encadenara firmemente a sus
sagrados Pies, para que quedara así, siempre junto a Él. Así me
sentiría segura. Él, por su parte, me pidió que renunciara a mí misma,
ya que soy muy distraída y mundana.
Jesucristo.-
“No te obligo, la libre voluntad es tuya. ¡Sólo si tú lo quieres!”
“No te obligo, la libre voluntad es tuya. ¡Sólo si tú lo quieres!”
Con
todas mis fuerzas he procurado hacerlo. Después todo, a mi alrededor se
fue ordenando de tal manera que era llevada cada vez más cerca de Él,
pues Él me seguía urgiendo.
Jesucristo.-
“Grandes gracias quisiera darte, pero para eso ¡renuncia completamente a ti misma!”
“Grandes gracias quisiera darte, pero para eso ¡renuncia completamente a ti misma!”
Graves eran estas palabras para mi entendimiento. Por eso le pregunté: ¿Seré capaz de eso?
Jesucristo.-
“Tú, sólo debes querer, lo demás confíamelo a Mí.”
“Tú, sólo debes querer, lo demás confíamelo a Mí.”
Esto
me ha costado nuevas y nuevas luchas, pero el Señor iluminó mi
entendimiento y me ha guiado paso a paso. Esas renuncias las tuve que
realizar dentro de mi familia.
Mientras
mi último hijito me acompañaba, no estaba claro para mí el sentido y el
valor de las renuncias. En mi casa tuve que estrecharme más y más para
dejar espacio a mis hijos que fundaban sus familias. Esto me costó
mucho. Tenía una casa de cuatro habitaciones con las comodidades
modernas. Todavía quedó el amplio comedor en mi poder. Aún a esto
renuncié aunque me costó mucho.
Al
salir de allí, los recuerdos alegres y tristes del pasado han invadido
mis pensamientos. Han desfilado ante mí muchos acontecimientos
familiares, las noches tan íntimas de las Navidades, las bodas, fiestas
de bautizo de los nietecitos, la mesa servida pobremente en los años de
indigencia, cuando durante años no había para el desayuno sino un pedazo
de pan untado de manteca. Durante años el pobre plato de legumbres sin
ningún acompañamiento, pero tuve el cuidado de poner junto a cada plato
una manzana a la cual sacaba brillo. Ponía la mesa con esmero para que
los niños no sintieran que vivíamos años de pobreza.
En
aquellos tiempos andaba alegremente en medio de ellos y guardaba para
mí la continua preocupación por su alimentación. Es decir, este cuarto
formaba parte de mi corazón y esto hacía difícil la renuncia.
Me
trasladé a otra habitación pensando que ahí iba a hacer mi nido con mis
recuerdos. Era el cuarto de los niños, pensé... ¡aquí mi alma tendrá
paz, tranquilidad, ya no tendré que cambiar más de habitación!...
Poco
antes se había casado mi hijo más pequeño. Tuve que ayudarle para que
él también pudiera tener su habitación. Renuncié a este cuarto
igualmente. Sentí que fue el Señor quien me pidió este sacrificio, para
que yo fuera enteramente pobre... Desfilaron ante mis ojos noches
pasadas en vela junto al lecho de algún hijo enfermo, sus alborotos
alegres, las oraciones de las noches, las íntimas lecturas familiares.
Al pensar en estos recuerdos, sentí un dolor como cuando arrancan algo
muy querido al corazón. Y el Señor urgía...
RENUNCIA A TI MISMA
Jesucristo.-
“¡Renuncia completamente a ti misma!”
“¡Renuncia completamente a ti misma!”
Entonces
repartí todo lo que tenía entre mis hijos para que nada me atara más a
este mundo, después, tuve la sensación de haber hecho una necesidad. No
me quedó ni un sitio donde poder reclinar mi cabeza con tranquilidad. La
voz del Señor seguía urgiéndome:
Jesucristo.-
“¡Renuncia a ti misma!”
“¡Renuncia a ti misma!”
Todo se hizo oscuro y triste alrededor de mí. Ahora, ¿qué puedo hacer de mi vida? Y vino el maligno con una amplia sonrisa:
Satanás: “No te desanimes, no eres todavía tan vieja, descansa bien, vístete bonita, diviértete y, si tienes una oportunidad, ¡cásate!.... eso no es nada vergonzoso. Entonces tendrás de nuevo tu hogar y vas a pertenecer a alguien. Tu conciencia puede quedar tranquila, has cumplido con tu deber de madre.”
Subió
la sangre a mi rostro porque verdaderamente me sentía tan abandonada…
La mañana siguiente me postré ante el altar del Señor: “Señor mío,
¿sabes, verdad? Que yo me encadené a tus sagrados Pies y no quiero
moverme de ahí.”
Le pregunté: Señor, ¿por qué me has dejado tan sola?
Jesucristo.-
“Para el bien de tu alma. Yo también durante horas luché solo en Mi agonía, y a ti, ¿hasta este pequeño sacrificio te parece difícil? ¡Acepta todo lo que te va a venir todavía!”
“Para el bien de tu alma. Yo también durante horas luché solo en Mi agonía, y a ti, ¿hasta este pequeño sacrificio te parece difícil? ¡Acepta todo lo que te va a venir todavía!”
Entonces
me dirigí a mi hija C, de quien llevaba yo el gobierno de la casa. De
hoy en adelante tú serás la pequeña ama de casa, yo ya no cocinaré más.
Me miró sorprendida, como preguntándome qué iba yo a hacer. “Lo que
ustedes me pidan, —dije—, y comeré lo que ustedes me den.” C. me contestó: “Mi querida madre, haces como si fueras una ermitaña.”
En
ese momento entró mi hija la más pequeña M.; madre de dos niños
pequeños. Tengo que buscarme un trabajo, dijo, porque de un solo sueldo
no nos alcanza (su marido es profesor). Entonces renuncié a su favor al
producto de mi trabajo bien remunerado en la cooperativa, trabajo que
consistía en pintar plásticos, para que no tuviera que dejar ella solos
en su casa a sus dos hijos pequeños. Ésta fue mi última renuncia. En
unos pocos días pasó todo esto, tuve que hacer rápidamente el sacrificio
porque el Señor me urgía:
Jesucristo.-
“La libre voluntad es tuya, no te la impongo, acepto si tú también lo quieres. Lo único que tiene valor ante Mis Ojos es que te entregues enteramente a Mí con absoluta confianza. ¿Crees que Yo no puedo recompensarte por todo esto? ¡Qué riqueza te espera!”
“La libre voluntad es tuya, no te la impongo, acepto si tú también lo quieres. Lo único que tiene valor ante Mis Ojos es que te entregues enteramente a Mí con absoluta confianza. ¿Crees que Yo no puedo recompensarte por todo esto? ¡Qué riqueza te espera!”
EN LA ESCUELA DEL DIVINO MAESTRO
Cuando
estas apremiantes renuncias se cumplieron en mí, era 10 de febrero de
1962, un día sábado. Al día siguiente, domingo, fiesta de la Santísima
Virgen de Lourdes, por la tarde temprano huí del alboroto de la vida
familiar. Mi alma anhelaba silencio. Como ya no tenía un hogar, el Señor
Jesús quiso que así fuera.
EN EL TEMPLO
En
ese hermoso domingo, una gran multitud de gente fluía desde el
Santuario de Mariaremete (Ermita de María) y los fieles devotos
visitaron nuestro templo dedicado al Espíritu Santo. Yo estaba
arrodillada en medio de la multitud Y después de breve adoración le daba
cuenta al Señor: Jesús mío, aquí me tienes. Me he desprendido
totalmente del mundo como era tu deseo. Para que nada en absoluto pueda
interponerse entre nosotros dos. ¿Te agrado ya así? Oh, Dios mío ¡qué
miserable soy! ¡Cuánto me ha costado hacer la renuncia! ¿Sabes qué
humillante es vivir así? La voz del Señor se oyó en mí:
Jesucristo.-
“¡Así tienes que vivir de hoy en adelante en la más grande humillación!”
“¡Así tienes que vivir de hoy en adelante en la más grande humillación!”
Al
oír estas palabras, mi alma se sumergía en sus eternos pensamientos. Le
pregunté: ¿Ahora ya me aceptas? El Señor no me contestó, sólo había un
gran silencio en mi alma.
Con
la cabeza inclinada sólo le miraba a Él, ¿qué me va a decir? Sentí que
esta renuncia a todo me había impulsado a la cercanía del Señor. Nada
perturbaba ya el silencio de mi alma. Mientras estaba así de rodillas,
mi alma se llenó de profundo arrepentimiento y gratitud hacia Él.
¡Esperaba sus palabras como nunca! Después de largo tiempo rompí por fin
el silencio. ¿Te alegras, Jesús mío, de cuántas almas devotas han
llegado a Ti?
Jesucristo.-
“Sí, —contestó tristemente—, pero como tienen tanta prisa, no Me da tiempo para entregarles Mis gracias.”
“Sí, —contestó tristemente—, pero como tienen tanta prisa, no Me da tiempo para entregarles Mis gracias.”
Lo comprendí y ¡cómo hubiera deseado consolarle!
“Oh,
dulce Jesús mío, Yo vivo para Ti, muero para Ti. Soy tuya para toda la
eternidad". Mientras tanto buscaba como poder consolarle en su profunda
tristeza. Me acordé de aquel pajarito que, según la leyenda, quería
sacar las espinas de la Sagrada Cabeza de Cristo. Mientras se empeñaba
en hacerlo su pecho se teñía de rojo con la Sagrada Sangre del Señor.
Yo
permanecí mucho tiempo allí y comenzaba a sentir frío. Quería
despedirme de Él para irme a mi casa. Entonces en el profundo de mi alma
oí Su Voz suplicante:
Jesucristo.-
“¡No te vayas todavía!”
“¡No te vayas todavía!”
Permanecí en mi sitio. Después de poco tiempo oí la dulce voz en el silencio de mi alma:
MENSAJE DE LA MADRE DE DIOS
Santísima Virgen.-
“¡Mi querida pequeña hijita carmelita!”
“¡Mi querida pequeña hijita carmelita!”
Al
escucharla, gran arrepentimiento inundaba mi alma. Después volví a oír
dos veces más esta dulce voz y entre tanto me brotaban lágrimas de pena y
dolor por mis pecados.
Poco tiempo después la Santísima Virgen comenzó hablar de nuevo en mi alma como si estuviera reteniendo el llanto, luego dijo:
Santísima Virgen.-
“¡Adora, repara a Mi Santo Hijo muchas veces ofendido!”
“¡Adora, repara a Mi Santo Hijo muchas veces ofendido!”
Me
quedé pensativa. Esto no puede venir del maligno porque él no dice:
adora y repara… Después se produjo un pequeño desconcierto en mi alma:
¿cómo puedo yo realizar esto? Todavía me quedé un poco más en el templo.
No oraba, sólo quería ordenar mis pensamientos. Pero una rara penumbra
cubría mi mente. En camino a la casa le pedí a la Santísima Virgen:
¡Madre mía del Cielo!, si eres Tú la que me pide esto, dirige entonces
mis caminos a la cercanía de Tu Santísimo Hijo.
Ni
el día siguiente pude liberarme de este pensamiento. Durante la santa
Misa suplicaba fervorosamente: “Madre mía del cielo, ¿cómo y qué tengo
que hacer? ¿Estarás, verdad, a mi lado? ¡Soy tan pequeña y débil sin Ti!
Terminada
la santa Misa, sentí un fuerte impulso de pedir la llave de la casa del
Señor para poder tener libre entrada a ella. Me presenté ante la
hermana sacristana con mi petición. Expresé la situación en mi casa.
Le
sorprendió la amenidad con la que yo se lo describí... Respondió que no
estaba en su poder concedérmelo. Tenía que pedir permiso al Sacerdote.
Dos días después, muy temprano, la hermana me comunicó la buena noticia.
Recibí la llave solicitada. El mismo día fui con la querida llave y al
abrir la puerta, latía fuertemente mi corazón. Sentía que el Señor de un
modo particular compartía conmigo Su Casa: en vez de un hogar me ha
dado otro. Por eso es tan querido para mí este templo.
Cuando
entré por la puerta lateral, me paré delante del altar de la Santísima
Virgen, Patrona del pueblo húngaro. La saludé: ¡Dios te salve María, mi
dulce Madre! Te ruego humildemente, guárdame bajo Tu especial
protección, ¡encomiéndame a Tu Hijo Santísimo! Soy Tu infiel hijita
carmelita, Madre mía, empleo las mismas palabras con las que Tú te has
dirigido a mí. Sé que no soy digna de ser llamada así. Aunque viviera
siglos, no podría ni de lejos merecerlo. ¡Ven, Madre mía, condúceme ya a
Tu Santísimo Hijo!"
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