CONCEPCIÓN (CONCHITA) CABRERA DE ARMIDA (1862-1937)
Tomado del Libro:
"CONCHITA, Diario Espiritual de una Madre de Familia"
Escrito por: Fr. Marie-Michel Philipon, O.P.
Capítulo I
Hija de México
"Crecí como la hierba de los campos"
Hija de México
"Crecí como la hierba de los campos"
4. Novia a los trece años
"Me
repugnaban los bailes pero ya con vestido largo era costumbre concurrir
a ellos. Recuerdo que para el primero, que fue un día 12 de diciembre,
en la familia, ya era hora y yo no me quería vestir, mejor acostar; pero
tenían en mi casa compromiso y fui. Ahí me presentó uno de mis hermanos
al que fue mi marido. El 24 de diciembre fui a otro baile, ahí me
volvió a hablar, y yo mortal de oír flores y tonterías. No me sentía en
mi centro, pero me agradaba gustar y tener muchos señores que me iban a
sacar a bailar, ¡qué vergüenza! No sé por qué les caía yo en gracia,
sería por boba; pero, ya en relaciones con Pancho, me hacían mucho caso,
yo no me encontraba el chiste, y un día, por no dejar conté veintidós
pretendientes, muchos ricos, pero yo no quise más que a Pancho y nunca
le hice caso a ningún otro". (Aut. I, p. 69-70).
"Diré
aquí cómo comenzaron mis relaciones con el que más tarde me casé. El
día 16 de enero de 1876 me llevaron a un baile de familia (en San Luis
se usa mucho bailar) y ahí se me declaró Pancho en toda forma y acto
continuo le correspondí. Yo nunca había oído hablar de amores y voy
oyendo que sufría si yo no lo quería, que sería muy desgraciado si yo no
le correspondía y cosas por el estilo, que me dejaron fría. Yo no me
creía capaz de inspirar cariño; se me conmovió el corazón y se me hizo
tan raro que sufriera aquella persona porque yo no lo quisiera que le
dije que sí lo querría, pero que no sufriera por tan poco. Volví a mi
casa intranquila y con peso, ¡qué raro!..., tenía yo zozobra, pendiente,
susto; por fin, habiéndole prohibido que me escribiera, lo hizo hasta
mayo, y con las relaciones más o menos cortadas en temporadas
exteriormente, porque a mi familia le parecía yo muy joven, y con razón,
duramos nueve años de novios hasta que nos casamos. Tengo que
agradecerle a Pancho que jamás abusó de mi sencillez; fue un novio muy
correcto y respetuoso y yo, siempre, desde mi primera carta lo llevé a
Dios. Me cabe la satisfacción de haberlo inclinado a la piedad siempre;
le hablaba de sus deberes religiosos, del amor a la Sma. Virgen, etc. Él
me regalaba oraciones y versos piadosos: el Kepis en un estuchito
hermoso. Lo hacía frecuentar los sacramentos en lo posible, y desde
aquel instante yo no dejé su alma". (Aut. I, p. 70172).
"A
mí nunca me inquietó el noviazgo en el sentido de que me impidiera ser
menos de Dios: ¡se me hacia tan fácil juntar las dos cosas! Al
acostarme, ya cuando estaba sola, pensaba en Pancho y después en la
Eucaristía, que era mi delicia. Todos los días iba a comulgar y después a
verlo pasar: el recuerdo de Pancho no me impedía mis oraciones. Me
adornaba y componía sólo para gustarle a él; iba a los teatros y a los
bailes con el único fin de verlo; todo lo demás no me importaba. Y en
medio de todo esto no me olvidaba de mi Dios, las más de las veces lo
recordaba y me atraía de una manera indecible. Cuántas veces, debajo de
la seda de mis vestidos, que me importaban igual que si fuera jerga,
llevaba a los bailes y teatros un fuerte cilicio en la cintura,
gozándome en su dolor por mi Jesús". (Aut. 1, p. 73-74).
5. Nostalgia de Dios
"En
medio de todo este mar de vanidades y fiestas sentía mi alma un deseo
vehemente de saber hacer oración. Preguntaba, leía y como podía me ponía
en la presencia de Dios, y esto bastaba para que comenzaran a
aclarárseme muchas luces de la nada de las cosas de la tierra, de lo
vano de la vida, de la hermosura de Dios y mucho amor hacia el Espíritu
Santo. Cogía mi crucifijo al irme a acostar y no sé qué me pasaba al
contemplarlo: una conmoción interior profunda, un elevamiento del
corazón en Él, imposible de explicar. Me atraía, me absorbía, me
anonadaba y luego acababa llorando. Pero me pasaba la impresión y volvía
a mi vida ordinaria de tibieza, vanidad y tonteras. Sin embargo yo
sufría, y aún en medio de tantas adulaciones, diversiones y cosas,
sentía mi alma un vacío: una voz interior que le decía: ¡Tú no naciste
para esto!; ¡en otra cosa está tu felicidad! Cuando recuerdo esto me
parece que debí haber tenido vocación, pero yo casi no había oído esa
palabra, ni siquiera fijado la atención. Me encantaban en el Año
Cristiano las religiosas, pero ni las conocía y aún me figuraba que ya
no existían, lamentándolo. Con mis primas seguido me gustaba jugar a las
monjas, y me estaba grandes ratos postrada sintiendo en mi alma la
atracción de Dios, pero a las compañeras les fastidiaba este juego y
pasábamos al de los novios".
"¡Vocación,
virginidad!, yo no me daba cuenta lo que querían decir estas cosas y sí
de que yo había nacido para casarme y no se me ocurría otra cosa que
llegar a realizarlo aunque no entendía la trascendencia y obligaciones
de esto. Los sacerdotes con quienes me confesaba tampoco me hablaban de
otro camino para mí. Sólo mi tío el Padre me leía a veces cosas muy
hermosas de vírgenes y mártires, pero a mí no se me pasaba que fuera eso
para mí... Pensaba que casada tendría más libertad para mis penitencias
y esto me encantaba y tranquilizaba... Me confesé en Santa María del
Río con un sacerdote muy bueno que me dijo un consejo el cual me llamó
la atención. "El alma de usted es tan dócil, me dijo, que necesitaba
tener mucho cuidado para escoger el confesor. Hasta entonces supe que
tenía yo docilidad. Con este Padre me parece que adelantó algo mi
espíritu".
"Así,
entre miserias y vanidades a la vez que llamamientos divinos pasé
muchos años de mi vida. Me hacían mucho caso en los bailes, sería por
tonta; siempre tenía las etiquetas o programas llenos desde que llegaba,
y después, ¡qué flojera tener que bailar tanto! Dicen que hay peligro
en los bailes y ahora lo comprendo... Las modistas me adulaban de buen
cuerpo. Tenía vanidad pero no inclinación a ella; seguía la corriente,
me gustaba agradar a mi novio con suma sencillez y no más. Me adornaba
sólo en los minutos que pasaba o iba a visita Pancho, y en seguida,
apenas iría en la esquina, luego me despojaba de todo. Me estorbaban los
aretes, los anillos; así era mamá. Recuerdo que el día que me tomé el
dicho, día de san Rafael (24 de octubre de 1884), me regaló Pancho una
pulsera con llave, me la cerró y yo sentía angustia de aquello; en
muchos años no me la quité".
"Me
fastidiaba todo lo caduco, lo que brillaba, lo que no era sólido, lo
vano y ficticio. Nunca los trapos me llenaron el corazón; yo sentía otra
cosa muy grande dentro del alma, un vacío inmenso que pensé llenarlo
casándome con un hombre tan bueno y que me quería como Pancho, y ese era
mi anhelo y mis peticiones a Dios, a san José y a la Sma. Virgen".
(Aut. I, 75-81).
6. Trágica Muerte de su Hermano Manuel: Punto de Partida para una Nueva Vida. "Un terrible golpe vino a sacarme del mundo y sus vanidades para acercarme a Dios.
"Mi
hermano Manuel, el mayor de todos y que mucho me quería, fue muerto
violentamente de un balazo que le llevó los sesos al techo del comedor
en done acompañaba a una visita, a don Pancho Cayo, a quien se empeñó en
detener a comer. Fue una desgracia terrible pero inculpable: al pararse
y volverse a sentar tomando el café se atoró el gatillo de la pistola
que llevaba al cinto ese señor; disparó y entrando la bala por un
carrillo y saliendo por la cabeza de mi hermano lo dejó al instante
muerto. Dejó a su esposa con tres niños.
"De
golpe supimos la noticia y emprendimos el camino a Jesús María. Mi
madre, luego que se enteró de lo que pasaba, se arrodilló a rezar
primero que dar rienda suelta a su dolor. Esto aconteció a las dos de la
tarde y a las diez de la noche estaba yo a la cabecera del cadáver...
Mis padres estaban locos, sin culpar a nadie. Yo sufría atrozmente; el
Sr. Cayo desesperado; mi hermano Primitivo que había estado presente al
suceso, entre relámpagos y truenos daba vueltas por la azotea, desolado.
Ahí le nació la vocación, ¡Qué cosas, Dios mío! Fue muy cruel este
golpe pero muy saludable para mi pobre alma, tan divagada y distraída; y
aún para toda mi familia. Volví con el luto a darme más a Dios, a
pensar más de cerca en Él, desprendiéndome de la corriente que me
llevaba a las vanidades de la tierra".
"Yo
siempre he sufrido mucho por querendona: he tenido muy pegajoso el
corazón. No tan sólo en casos de muerte sino aún en ausencias, desde muy
niña, que iban y venían mi padre y mis hermanos, ¡Cuántas lágrimas me
costaban! Mucho ha sufrido mi alma por su sensibilidad. Yo creo que
nunca he sido comprendida sobre el particular; ha sido uno de mis
mayores martirios el corazón, por más que en apariencia parezca fría e
indiferente". (Aut. I, p. 82-85)
"Crecí como la hierba de los campos"
"Crecí
como la hierba de los campos, al natural, y qué poco entendí, ¡Dios
mío! tus gracias y tus favores, la predilección tan singular con que
siempre has cubierto a mi pobre alma... Siempre he tenido inclinación a
escribir. De dieciséis años escribí una historia de la vida que
llevábamos en "Peregrina", muy llena de Dios; le rompí la mayor parte.
En esa hacienda todas las noches a la oración, al oscurecer, sentía que
mi alma se remontaba de la tierra buscando con anhelo a Dios; era una
hora favorita en la que embargaba a mi alma algo, siempre aquel algo que
yo no entendía pero que me elevaba de la tierra haciéndome buscar el
cielo!...
"Tranquila
y hermosa era esta vida, pero a mí no me gustaba del todo por el
pendiente de Pancho que estaba en San Luis". (Aut. I, p. 101).
Al escucharla se piensa en la exclamación del poeta: "Un único ser nos falta y todo está desolado" (Lamartine).
No hay comentarios:
Publicar un comentario