CONCEPCIÓN (CONCHITA) CABRERA DE ARMIDA (1862-1937)
Tomado del Libro:
"CONCHITA, Diario Espiritual de una Madre de Familia"
Escrito por: Fr. Marie-Michel Philipon, O.P.
Capítulo III
Viuda
"¡Oh, noche de soledad, de dolor, de sufrimiento...!"
"¡Oh, noche de soledad, de dolor, de sufrimiento...!"
4. Sola, con mis ocho hijos huérfanos
Los
primeros días de su viudez fueron terribles para Conchita. Los médicos
creyeron que iba a morir. El pensamiento de su marido la seguía a todas
partes. "Lo que más me consuela en el recuerdo del drama pasado,
aparte de haber sido la voluntad de Dios, es la conformidad tan grande
con que aceptó él la voluntad divina, por más que miraba y
humanamente hablando no concluida su misión al dejar tan pequeños a sus
hijos. "Estoy indiferente a vivir o a morir, me decía, Dios sabe lo que
hace". Y cuando yo le decía que tenía mi corazón atravesado de dolor me
contestaba: "Que no piensas en la voluntad de Dios?" (Diario T. 17 p.
223, 27 septiembre 1901).
Otra
versión más detallada nos ha conservado el recuerdo conmovedor de las
últimas conversaciones íntimas con su marido: "¡Concha! Me decía - ¡me
muero!... - "Vas a ver a Dios" (Aut. T. 4, p. 66). Después de haber recibido el viático les dio la bendición a todos sus hijos. "A
Pedrito, el más pequeño, mucho me lo encargó; después yo se la pedí
rogándole que me perdonara en lo que lo hubiera ofendido; él hizo lo
mismo y me la dio. Le dije también: "Yo siempre he procurado
darte gusto y si Dios te lleva quiero seguir tu voluntad: ¿qué quieres
de mí?" - "Que seas toda para Dios y toda para tus hijos'. (Aut. T. 4,
p. 60-66).
La muerte de su marido cambió bruscamente su vida dejándola desamparada pero valiente:
"Hoy cumple mi hijo mayor dieciséis años. Aún cuando me sobrepongo,
tengo ratos muy pesados y mis lágrimas corren muy a menudo sin poder
detenerlas. Mi corazón de carne tiene mil tristes recuerdos y sufre y se
bebe el dolor a grandes tragos. ¡Bendito por todo sea el Señor!
"El llanto de mis hijos que derraman por su padre me traspasa el alma... Mal del cuerpo y ahora
estoy resistiendo la fatiga, pues ni de día ni de noche me aparté de mi
enfermo, asistiéndolo en todo personalmente hasta su muerte.
Tengo enfermo a mis hijos, sobre todo el más pequeño. ¡El Señor me ayude
con la Cruz!" (Diario T. 17, pp. 231-232, 28 septiembre 1901).
El 30 de septiembre añade dolorosamente: "Hoy concluye el mes en el cual más he sufrido en mi vida" (Diario T. 17, p. 232).
En su extrema aflicción se vuelve a María:
"Acuérdate, Madre, que no se ha oído decir hasta ahora que alguno que
recurriese a tu patrocinio haya sido desamparado... En ti espero, en ti
confío, a tu protección me acojo. ¡Oh, María, ayúdame con mis ocho huérfanos!" (Diario T. 17, p. 240, 2 octubre 1901).
5. Encuentro Providencial con el Padre Félix Rougier
En
el momento en que Conchita tenía necesidad de un nuevo apoyo espiritual
conoció al Padre Félix Rougier. Ambos refieren en su Diario espiritual
este encuentro providencial del cual había de nacer la fundación de los
"Misioneros del Espíritu Santo", llamados por Dios para ser en la época
actual los apóstoles de una renovación del mundo por la Cruz, bajo el
impulso del Espíritu Santo.
En
México los Misioneros del Espíritu Santo conservan como preciosa
reliquia el confesionario en el que tuvo lugar dicho encuentro.
"El
día tres (de febrero de 1903) supe que existía en el Colegio de Niñas
(nombre que se daba al templo de la Parroquia Francesa), un sacerdote,
superior de los Padres Maristas, de muy buen espíritu. Esto lo supe a
las cuatro de la tarde y no sé qué ansia me entró de hablarle de la
Cruz...
Al
día siguiente, cuatro, una fuerza interior me impulsaba a esa iglesia;
fui y llamé con botón eléctrico y al bajar un sacerdote desconocido que
apenas vi, me acerqué al confesionario y me confesé. Sentí un impulso
extraordinario para abrirle mi alma, para hablarle de la Cruz, de los
encantos del padecer, de los primores del dolor. Yo veía, yo sentía el
repercutir de mis sentimientos en su alma, veía cómo penetraban hasta el
fondo mis palabras, que creo que entonces no eran mías, porque yo me
oía hablar con un fuego, con una facilidad, con algo muy grande que no
era mío, era de la Palomita divina.
"Le hablé de las Obras de la Cruz y lo sentí enamorarse de ellas. Yo vi el fondo de su alma y sus actuales impresiones;
desde luego sentí que aquella alma daría mucha gloria a Dios en sus
Obras, lo sentí, en fin, herido por la Cruz, herido en lo más hondo de
su alma. Lo sentía yo impresionadísimo, santamente tocado en lo más vivo
del corazón. Le hablé del Oasis y me preguntó luego si en México se
encontraba y que si había para hombres. No hay para hombres, le
contesté, pero lo habrá.
"Llegué
a casa muy impresionada por aquel encuentro tan raro y que yo veía
claro ser para la gloria de Dios; sin embargo, mucho le pedí al Señor
que si no era su voluntad no me encontrara ni diera con la casa el
Padre; pero preguntando y no sé cómo llegó y nos saludamos sin
conocernos; pero en seguida nos pusimos a hablar de Dios y de las Obras.
Seguí viendo las impresiones del Espíritu Santo en su alma y sus
anhelos de perfección; le propuse que si quería hacer al Señor una
entrega total y accediendo, ansioso de su perfección, quedé de
escribírsela para el día siguiente. Lo invité a presentarlo en el Oasis
al día siguiente a las diez de la mañana y así nos despedimos". (Diario
T. 18, pp. 26-30, 4 febrero 1903).
El resultado de este encuentro con el Padre Félix fue que por señales manifiestas llegó a ser director espiritual de Conchita.
Así entró en su vida para siempre. Desde luego fue consejero de las
Religiosas de la Cruz en una hora difícil y delicada, en la que, a la
mano de hierro de su primer director que no admitía ningún otro fuera de
él, Dios sustituyó el apoyo de un hombre comprensivo y prudente que
mucho le ayudó en su ascensión hacia Dios y en la orientación de las
Religiosas de la Cruz. El Padre Félix, perfecto religioso de la
Congregación de los Padres Maristas, con toda lealtad dio cuenta a sus
superiores de este inesperado encuentro en el que creía descubrir un
llamamiento particular de Dios para él. El Padre General de los Maristas
juzgó de distinta manera y lo detuvo en Europa en donde el Padre Félix,
con una obediencia heroica y una fe inquebrantable "como la de
Abraham", esperó, en silencio, la hora de Dios.
Dios
había colocado a un santo cerca de Conchita. Cuando el Padre Félix
volvió a encontrarla después de diez años de ausencia, sus primeras
palabras fueron sencillamente: "Soy el mismo para las Obras de la Cruz".
En el momento en que regresó a México - desembarcaba en Veracruz el 14
de agosto de 1914 - encontró algunos obispos mexicanos desterrados de
México por la persecución que iban a tomar el mismo vapor. Conocían al
Padre y lo querían; no le ocultaron su sorpresa, pero el Padre les
contestó con valor: "El Señor quiere que funde en la agonía de la
Nación".
El
Padre Félix no era un soñador sino un hombre equilibrado y realista, de
sólido buen sentido, inquebrantable como la roca de las montañas de su
Auvernia nativa. El alma de un santo. El Reverendísimo Padre Gillet,
Maestro General de los dominicos, que había conocido en Paris, en Roma y
durante sus viajes a través del mundo eminentes personalidades,
atestiguaba en 1938: "De todos los hombres que he encontrado en mi vida
nadie me ha producido una impresión tan grande de santidad".
Hasta
el ocaso de su vida, el Padre Félix y Conchita trabajaron juntos en la
fundación y desarrollo de las Obras de la Cruz, pidiéndose mutuamente
consejo; los dos se visitaban para comunicarse sus proyectos y hablar
largamente de Dios en una purísima y santa amistad, como la de san
Francisco de Sales y Santa Juana Francisca de Chantal.
6. "Sentí en mi alma el Bisturí Divino"
A
través de sufrimientos y alegrías cotidianas, sin llamar la atención en
su vida de viuda, llena de sencillez, entregada totalmente a la
educación de sus hijos, Dios perseguía en esta alma de elección su obra
de purificación y de unión, y preparaba en ella un modelo para los
hogares cristianos. La muerte de su marido la había destrozado: "He sentido el bisturí divino en mi alma cortando todo Io que la ataba a la tierra".
Inmediatamente comprendió que debía acercarse más a Dios. Ése es el verdadero sentido de la vida. "Me
impulsa la gracia poderosamente a emprender en mi nuevo estado una
nueva carrera de perfección, de sacrificios, de soledad, de vida
oculta... Entiendo que el Señor quiere purificarme para hacerme más de
Él" (Diario T. 17, p. 229, 27 septiembre 1901).
"En un abrir y cerrar de ojos ha cambiado la vida para mí, he volteado una hoja en el libro de mi existencia... Ahora
palpo cuánto mi corazón estaba pegado a la tierra, cuánto amaba a mi
marido, aunque con un amor verdaderamente puro y santo, mas no
aquilataba, ni siquiera me imaginaba su intensidad, hasta que lo
perdí... En mi vida de hija de familia encuentro muchos lunares, en mi
vida de esposa mucho también de qué arrepentirme: no he sabido ser hija
ni esposa; a ver si en mi nuevo estado me santifico. A ver si en la viudez sigo la perfección y me hago santa cumpliendo con los sagrados deberes de madre". (Diario T. 17, p. 247, 9 octubre 1901).
Su camino de perfección no es el de una religiosa, sino el de una madre, en todo el sentido de la palabra. Por ahí Dios la elevará rápidamente hasta las más altas cumbres de la santidad.
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