Tomado del Libro: Conocí a Petrilla, un Alma víctima
Escrito por: andrésdeMaría
Escrito por: andrésdeMaría
5… Semejanza con otras almas víctimas conocidas
Recuerdo
que cuando vi una fotografía de la famosa víctima del Señor, la
francesa Marta Robín, sentada en su única estancia: “la cama”, me
recordó enteramente a Petrilla.
Y
cuando leí el resumen de la vida de otra víctima del Señor, Luisa
Piccarreta, en el pequeño libro titulado “LAS HORAS DE LA PASIÓN, me
pareció estar leyendo un resumen de la vida de Petrilla.
Luisa
Piccarreta, se pasó 64 años “en la celda mas pequeña del mundo”: su
cama, y confiesan que aunque humanamente es imposible, jamás se la vio
ni una sola llaga motivada por su inmovilidad.
La
persona que amortajó a Petrilla, misión que Petrilla la pidió en vida, a
pregunta del P. Rey, nos contestó que la piel de su cuerpo estaba
limpia y sin la menor señal de estar llagada. Petrilla llevaba casi 75
años en la cama.
San
Aníbal Mª de Francia, confesor extraordinario de Luisa, decía que la
ciencia del “Divino Querer” que el Señor le había mostrado a ella, era
sublime y necesaria de dar a conocer al mundo.
Y
digo esto, porque una de las frases que más nos emocionaba escuchar a
Petrilla, era cuando nos decía, que nunca había negado nada al Señor.
Que siempre había cumplido Su Voluntad. Nunca lo decía por iniciativa
propia, sino cuando se veía obligada a contestar la pregunta ya
preparada con sana intención, y que se la hacía un servidor. Petrilla
perdóname, pero era tan sencilla y edificante tu respuesta, a la vez que
expresada con tanta fuerza, que nos edificaba y nos llegaba al alma.
En
las innumerables visitas que realicé a lo largo de 30 años, siempre la
encontré sentada en el mismo lugar y en la misma posición. A todos nos causaba la misma impresión, la de un cuerpo muy menudo que parecía desaparecer al encuentro con las sábanas.
Siempre con una serena sonrisa y atenta, muy atenta a lo que le dijese “su prójimo”.
Prójimo
que podía interrumpir en cualquier momento con su llamada de teléfono,
que Petrilla cuando contestaba, lo hacía sin el más mínimo signo de
contrariedad o prisa, aún cuando las circunstancias pudieran parecer
requerirlo.
Recuerdo
una tarde que estábamos como de costumbre alrededor de su cama rezando
el rosario del cenáculo de los jueves, habíamos empezado tarde y el
grupo de Valladolid teníamos el tiempo contado.
Suena
el teléfono, y por lo que hablaba, me di cuenta de que se trataba de
una persona que la hizo sufrir muchísimo con su comportamiento. Petrilla
contestó, sufriendo seguro, pero con una atención y un respeto, que
demostraba con el ejemplo que cumplía con perfección el perdón que
prometía en cada Padrenuestro.
Y
he dicho que sufriendo, porque aunque Nuestro Señor amaba a Juan y a
Judas, al primero lo hacía con gozo, y al segundo con un gran
sufrimiento.
6… Petrilla y Santa Teresa del Niño Jesús
En
muchas ocasiones Petrilla recordaba con verdadera alegría a los
fundadores del Carmelo Descalzo: Santa Teresa y San Juan de la Cruz,
teniendo siempre a mano sus obras completas.
Pero
a mi parecer, de quien tenía un cariño muy especial era de Santa Teresa
del Niño Jesús. Muchas veces al recordarla, daba la impresión de
sentirse espiritualmente muy hermanada con ella. Es como si se
entendiesen perfectamente, aprovechando el “hilo inalámbrico” de la
Comunión de los Santos.
Quiero
destacar la “inocencia” que las dos mostraron a lo largo de su vida. En
el caso de Santa Teresa del Niño Jesús, no hay mas que leer “Historia
de un alma”, para comprender que el bautismo la volvió a introducir en
el Paraíso, y que ya nunca se salió de él. Lo mismo se concluiría de
Petrilla, y en especial, y ya lo he mencionado anteriormente, cuando se
veía obligada a responder que nunca dejó de cumplir la Voluntad del
Señor ni en la más mínima cosa.
Para
enriquecimiento de lo que estoy manifestando, voy a transcribir dos
bellísimos ejemplos: uno, el de la misma Teresita, y como broche de oro,
el de La Única que nunca salió del Paraíso: Nuestra Madre la Santísima
Virgen María.
En
su obra referida y que tanto bien a hecho a tantas y tantas almas,
Teresita nos describe de esta manera su fidelidad al Señor:
“
¡Ah!, lo sé; Jesús me veía demasiado débil para exponerme a la
tentación; tal vez me hubiera dejado quemar totalmente por esa engañosa
luz si la hubiera visto brillar ante mis ojos… No fue así; no he
encontrado más que amargura allí donde almas más fuertes encuentran
alegría y se desligan de ella por fidelidad. No tengo, pues,
ningún mérito por no haberme entregado al amor de las criaturas, ya que
fue la misericordia de Dios la que me libró… Reconozco que sin
su ayuda hubiera podido caer tan bajo como Santa Magdalena, y las
palabras de Nuestro Señor a Simón resuenan con gran dulzura en mi alma…
Yo sé que: “a quien menos se le perdona, ama menos”, pero sé también que
Jesús me ha perdonado más que a Santa Magdalena, ya que me perdonó de
antemano, librándome de caer.
¡Ah,
cuánto me gustaría explicar lo que siento!... He aquí un ejemplo, que
explica de algún modo mi pensamiento. Supongamos al hijo de un sabio
doctor, y que tropieza en el camino con una piedra, cae y se rompe un
miembro; acude inmediatamente su padre, le levanta con amor, cura sus
heridas, empleando en ello todos los recursos de su ciencia y, luego,
completamente curado, el hijo le demuestra su reconocimiento. Sin duda,
este hijo tiene razón en querer a padre tan bueno. Pero, he aquí otra
suposición. Habiéndose enterado el padre de que en el camino de su hijo
hay una piedra, se apresura para ir delante y la retira (sin ser visto
por nadie). Ciertamente este hijo, objeto de ternura tan previsora, si
desconoce el daño que su padre le ha evitado no le demostrará su
reconocimiento y le amará menos que si hubiera sido curado por él… pero
si llega a conocer el peligro de que se ha librado, ¿no le amará aún
más? Pues bien, yo soy ese hijo, objeto de amor previsor de un
Padre que no ha enviado a su Verbo para rescatar a los justos, sino a
los pecadores. Él quiere que yo le ame, no porque me ha perdonado mucho,
sino TODO. Él no ha esperado que yo le amase mucho como Santa
Magdalena; ha querido que SUPIERA cómo me había amado Él, con un amor
inefablemente previsor, para que yo le ame ahora hasta la locura…
He
oído decir que no se había encontrado un alma pura que ame más que un
alma penitente. ¡Ah, como me gustaría desmentir esa afirmación!...
Y ahora veamos lo que dice esa hermosísima niña llamada María y tesoro de la humanidad, a través de los escritos de M. Valtorta:
“De
la pérgola umbrosa sale caminando una María pequeñita,… con sus ojos de
cielo y su dulce carita tenuemente sonrosada y sonriente. Parece un
pequeño ángel. …Lleva en sus manitas amapolas y lirios y otras
florecillas que crecen entre los trigos. Se dirige hacia su madre.
Cuando está ya cerca, inicia una breve carrera, emitiendo una vocecita
festiva, y va, como una tortolita, a detener su vuelo contra las
rodillas maternas, abiertas un poco para recibirla. Ana ha depositado al
lado el trabajo que estaba haciendo para que Ella no se pinche, y ha
extendido los brazos para ceñirla.
…-¡Mamá!
¡Mamá!. La tortolita blanca está toda en el nido de las rodillas
maternas, apoyando sus piececitos sobre la hierba corta, y la carita en
el regazo materno. Sólo se ve el oro pálido de su pelito sobre la sutil
nuca que Ana se inclina a besar con amor.
Luego
la tortolita levanta su pequeña cabeza y entrega sus florecillas: todas
para su mamá. Y de cada flor cuenta una historia creada por Ella.
Ésta,
tan azul y tan grande, es una estrella que ha caído del cielo para
traerle a su mamá el beso del Señor... ¡Que bese en el corazón, en el
corazón, a esta florecilla celeste, y percibirá que tiene sabor a
Dios!...
Y
esta otra, de color azul más pálido, como los ojos de su papá, lleva
escrito en las hojas que el Señor quiere mucho a su papá porque es
bueno.
Y
esta tan pequeñita, la única encontrada de ese tipo (una miosota), es
la que el Señor ha hecho para decirle a María que la quiere.
Y
estas rojas, ¿sabe su mamá qué son? Son trozos de la vestidura del rey
David, empapados de sangre de los enemigos de Israel, y esparcidos por
los campos de batalla y de victoria. Proceden de esos limbos de regia
vestidura hecha jirones en la lucha por el Señor.
En
cambio ésta, blanca y delicada, que parece hecha con siete copas de
seda que miran al cielo, llenas de perfumes, y que ha nacido allí, junto
al fontanar, (se la ha cogido su papá de entre las espinas) está hecha
con la vestidura que llevaba el rey Salomón cuando, el mismo mes en que
nació esta Niña descendiente suya, muchos años, ¡oh, cuántos, cuántos
antes; muchos años antes, él, con la pompa cándida de sus vestiduras,
caminó entre la multitud de Israel ante el Arca y ante el Tabernáculo, y
se regocijó por la nube que volvía a circundar su gloria, y cantó el
cántico y la oración de su gozo.
-
Yo quiero ser siempre como esta flor, y, como el rey sabio, quiero
cantar toda la vida cánticos y oraciones ante el Tabernáculo».
…Ana asombrada, la pregunta:
-¡Tesoro mío! ¿Cómo sabes estas cosas santas? ¿Quién te las dice? ¿Tu padre?
-
No. No sé quién es. Es como si las hubiera sabido siempre. Pero quizás
me las dice alguien, alguien a quien no veo. Quizás uno de los ángeles
que Dios envía a hablarles a los hombres buenos. Mamá, ¿me sigues
contando alguna otra historia?....
-¡Oh, hija mía! ¿Cuál quieres saber?
... Dime, mamá, ¿puede una ser pecadora por amor a Dios?
- Pero, ¿qué dices, tesoro? No entiendo.
-
Quiero decir: pecar para poder ser amada por Dios hecho Salvador. Se
salva a quien está perdido, ¿no es verdad? Yo querría ser salvada por el
Salvador para recibir su mirada de amor. Para esto querría pecar, pero
no cometer un pecado que le disgustase. ¿Cómo puede salvarme si no me
pierdo?
Ana
ahora atónita, no sabe ya qué decir. Viene en su ayuda Joaquín, el
cual, caminando sobre la hierba, se ha ido acercando, sin hacer ruido,
por detrás del seto de sarmientos bajos.
-
Te ha salvado antes porque sabe que le amas y quieres amarle sólo a Él.
Por ello tú ya estás redimida y puedes ser virgen como quieres - dice
Joaquín.
-¿Sí,
padre mío?- María se abraza a sus rodillas y le mira con las claras
estrellas de sus ojos, muy semejantes a los paternos, y muy dichosos por
esta esperanza que su padre le da.
-
Verdaderamente, pequeño amor. Mira, yo te traía este pequeño gorrión
que en su primer vuelo había ido a posarse junto a la fuente. Habría
podido dejarlo, pero sus débiles alas no tenían fuerza para elevarlo en
nuevo vuelo, ni sus patitas de seda para fijarlo a las musgosas piedras,
que resbalaban. Se habría caído en la fuente. No he esperado a que esto
sucediera. Lo he cogido y ahora te lo regalo. Haz lo que quieras con
él. El hecho es que ha sido salvado antes de caer en el peligro. Lo
mismo ha hecho Dios contigo. Ahora, dime, María: ¿he amado más al gorrión salvándolo antes, o lo habría amado más salvándolo después?
- Ahora lo has amado, porque no has permitido que se hiciera daño con el agua helada.
- Y Dios te ha amado más, porque te ha salvado antes de que tú pecaras.
-Pues entonces yo le amaré completamente, completamente. Gorrioncito
bonito, yo soy como tú. El Señor nos ha amado de la misma manera,
salvándonos... Ahora voy a criarte y luego te dejaré suelto. Tú cantarás
en el bosque y yo en el Templo las alabanzas del Señor, y diremos:
"Envía a tu Prometido, envíaselo a quien espera". ¡Oh, papá mío! ¿Cuándo me vas a llevar al Templo?
- Pronto, perla mía. Pero, ¿no te duele dejar a tu padre?
-¡Mucho! Pero tú vendrás... y, además, si no doliese, ¿qué sacrificio sería?
-¿Y te vas a acordar de nosotros?
Siempre.
Después de la oración por el Emmanuel rezaré por vosotros. Para que
Dios os haga dichosos y os dé una larga vida... hasta el día en que Él
sea Salvador. Luego diré que os tome para llevaros a la Jerusalén del
Cielo.
7… El P. Próspero
Todos
los años por Semana Santa, el párroco de Pampliega invitaba a un
sacerdote para que diera unas “misiones” a los fieles del pueblo.
A
Petrilla le habían mostrado del cielo, y en su interior, la imagen de
un sacerdote, con la noticia de que llegado el momento, el joven y
desconocido presbítero, sería su director espiritual. ¡Qué noche del
espíritu estaría atravesando, para necesitar de tal promesa!
Como
Petrilla estaba siempre en la cama, era costumbre que fuera a visitarla
el sacerdote encargado de las “misiones”, ya que el párroco les animaba
a que la conociesen, tanto para provecho de ellos mismos, como para
atender a Petrilla, si requería sus servicios.
No me acuerdo bien de los detalles que me contó de la primera entrevista. Lo
que sé, es que Petrilla al verle por primera vez, supo inmediatamente
que era el sacerdote que había visto en su interior. Y de que, aunque en
aquella ocasión no le dijo nada, fue inmenso su consuelo al comprobar
que el P. Próspero le dio a conocer con asombrosa profundidad, el estado
de su alma.
El
P. Próspero era muy joven, hermano de otro sacerdote, también
Claretiano, y que se ordenaron sacerdotes el mismo día. Hace unos años,
por orden de Petrilla, me puse en contacto con este último, para recabar
algunos datos por haber fallecido el P. Próspero sin conocimiento de
Petrilla.
Y
es que habiendo mantenido una copiosísima correspondencia el P.
Próspero con Petrilla, al secularizarse, fue abandonando la dirección
espiritual de esta alma víctima, hasta llegar a su total abandono.
El
sufrimiento que supuso para Petrilla esta ruptura, sólo un alma tan
necesitada de ser dirigida en la santa obediencia, puede llegar a
entenderlo.
¡Cuántas veces se acordaba Petrilla de aquellos primeros años!, y ya no encontró quien pudiera sustituirle. Ella
me decía que ahora era el Espíritu Santo quien se había encargado de
dirigirla. Dirección que ha muchos años la llevaba en una tremenda noche
del espíritu.
Lo
de la noche ella misma me lo dijo, por haberla yo iniciado el tema. Me
decía que se había levantado un muro que llegaba hasta el cielo. Este
punto lo trataré con más detalle posteriormente.
El
caso es, que comenzada la década de los 90, estando yo con Petrilla y
al sacar una vez más la conversación del P. Próspero, decidimos llamarle
por teléfono para felicitarle las Navidades, con la principal finalidad
de iniciar nuevamente las relaciones. Nos costó dar con él, fui yo a
petición de Petrilla el primero en saludarle: Lo hice como mejor pude,
ya que se mostró muy distante en el trato. Le pasé el teléfono a
Petrilla. Me entristecí de las respuestas que ésta le daba, pues
confirmaban inequívocamente que no le agradaba la llamada.
Con mucha caridad Petrilla se despidió recordándole que le tenía siempre muy presente en sus oraciones.
Al
cabo de unos años me dirigí sin previo aviso, a un pueblo de Madrid
donde el P. Próspero residía para atender las necesidades espirituales
de una residencia de ancianos. Con el fin de ser lo más prudente en mi
presentación, me pareció aconsejable saludar al párroco del citado
pueblo. La impresión que me dio no pudo ser más descorazonadora: Me dijo
que el P. Próspero no tenía relación con la gente, vivía aislado. El
caso es que aquel día no pude localizarle.
Al
poco tiempo volví para probar si tenía más suerte. Llegué hasta el
pequeño jardín de una casa unifamiliar y allí me recibió una señorita.
Con rostro serio, me comunicó que hacía unas semanas el P. Próspero
había fallecido de un infarto y, que su tía estaba medio paralítica
dentro de la casa. Me pareció que los tres vivían aislados, en un
círculo cerrado; que algo se había desajustado en el camino de un
sacerdote que en su día impresionó de tal manera a Petrilla. Y me dije,
sin querer entender ni entrar en el asunto, que muy bien Dios pudo
disponer las grandes cruces de ambos, la del P. Próspero y la de
Petrilla, con caminos que les ayudarían a subir a lo alto del Monte: a
Petrilla, por la enorme espina que clavó en su corazón al verse de él
tan abandonada, y quizás al sacerdote, consintiendo enfermedades en su
mente.
Posteriormente
volví acompañado de un sacerdote amigo y de mi esposa, para pedir a la
citada señorita que nos hiciera un favor, ya que alegraría y de qué
manera, el corazón de Petrilla. Nos cerró todas las puertas, dejando muy
claro, que a ella también le gustaría que nosotros viésemos las cosas a
la inversa, es decir, que le diésemos a ella los escritos que el P.
Próspero le había dirigido a Petrilla. Creo que no hacen falta más
comentarios. Así terminó la cosa.
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